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de espaldas a la realidad

Aquel último verano recorrimos el país persiguiendo puestas de sol. Lo que comenzó como un juego inocente, una simple distracción veraniega, pronto se transformó en algo más: un extraño impulso que nos impelía a buscar un lugar apartado para presenciar la última danza del sol antes de devolvernos a la oscuridad de la que venimos.

Días pálidos, amontonados sin orden ni memoria, notaba su textura, su lento transcurrir, pero nada parecía quedar cristalizado en forma de recuerdo. Al final, ni tan siquiera necesitábamos un reloj para llegar a tiempo, ni un mapa para localizar los lugares. Simplemente aparecíamos allí, asustados y somnolientos, sin encontrar alguna explicación a lo que había ocurrido hasta llegar allí.

Vimos algunas caras conocidas en nuestro recorrido, extraños que, como nosotros, parecían atrapados en el mismo sueño, cruzándose una y otra vez a lo largo de noches consecutivas. No tenía sentido alguno, pues muchas veces transcurrían cientos de kilómetros entre los lugares elegidos, que, además, parecían fruto del azar. La única explicación, aunque nunca hablamos de ello, es que todos estuviésemos persiguiendo los mismos atardeceres como extraños coleccionistas y hubiésemos sido convocados en esos lugares por una fuerza ajena a nuestra voluntad.

Pero, como digo, nunca hablamos de ello. Nos sonreíamos con timidez, y algunos levantaban sus cámaras a modo de explicación para justificar su presencia allí. Nunca cruzamos ninguna palabra entre nosotros, quizás nos daba miedo indagar en esa extraña necesidad que nos impulsaba, como niños que contemplan por vez primera los actos de los dioses.

Mi memoria guarda el rostro de uno de esos individuos, presente en todas las puestas de sol de aquellos días. Un tipo de impecable traje gris, incogruente en los paisajes costeros que eran el destino de nuestro deambular, y con un rostro famélico surcado de arrugas que parecían haber sido grabadas por un hábil cantero. Cada una de ellas parecía contar una historia de su vida como los tatuajes cuentan la vida de un marinero, pero la dureza grisácea de su mirada sugería que era mejor no hacer muchas preguntas sobre ellas.

Aquel tipo no tomaba fotos ni estaba acompañado, que eran nuestras excusas habituales para ver una puesta de sol. Cuando comenzaba el atardecer, sacaba una libretita del fondo de la chaqueta, miraba el horizonte un rato como un atleta tomando fuerzas y después empezaba a escribir de manera frenética entre las hojas cuadriculadas, como un psicólogo al que de repente has empezado a hablar de la relación con tus padres.

Cuando el sol desaparecía, guardaba la libretita al fondo de su anticuado traje y asentía con la cabeza como si todo hubiese salido según lo planeado. Hasta su mirada parecía ablandarse, volverse gaseosa, por un instante.

Casi daban ganas de aplaudirle, de agradecerle el espectáculo que habíamos contemplado, como si él hubiera sido el maestro de ceremonias en una función que ninguno de nosotros entendía del todo. Quizás, en realidad, todos estábamos buscando algo en esos atardeceres, algo que se nos escapa, algo que seguimos buscando incluso ahora que el verano ha terminado.

15 Comments

  • Diego

    Como yo soy un sentimental, quiero imaginar que aquel tipo describía en su libretita las puestas de sol para luego describírselas a alguien muy querido por él, y que no podía desplazarse a contemplar el espectáculo personalmente por la razón que fuera.
    En tus fotos 2 y 3 se aprecia que contemplar una puesta de sol en una playa con la arena mojada es como contemplar dos puestas de sol por el precio de una. A lo mejor esto también lo anotaba el personaje misterioso 🙂

  • la chica triste de la parada de autobús

    Precioso texto. Parece casi que describiera a una secta, con sus personajes recurrentes y ese hombre enjuto y meditativo vestido de oscuro presente en todos los encuentros. Pura coincidencia, supongo 😉
    Un abrazo, atleta.

  • gabiliante

    Se me ha ocurrido lo mismo que a Doego: lo de las dos puestas de sol.
    Estéticamente prefiera puestas de sol por tierra, será por la costumbre, supongo. A lo mejor a traen más las puestas por mar, poe eso, por la falta de costumbre, excepto en galicia.
    Resulta evidente que el flaco no perseguía las puestas de sol, (seguramente las tenía muy vistas); os perseguía a vosotros y escribía sobre vosotros. Un estudio sobre lo que ven los turistas en las puestas de sol, y lo raros que son sus perseguidores.
    AbrZooo

  • Beauséant

    Me gusta esa versión, DIEGO, hace mucho tiempo, en un mirador, vi una persona describiendo el paisaje a alguien con un problema visual. No era ciego del todo, pero no era capaz de distinguir lo que veía… I alguno al hombre, volviendo con sus notas, entusiasmado por contar lo que ha visto.

    No suelo repetir encuadre aquí, pero esas dos fotos eran iguales, pero eran diferentes, ahí quedaron.


    Y, ese hombre, la chica triste de la parada de autobús, convertiría esas puestas de sol en extrañas canciones de soledad, verdad? Queda u a segunda parte, ahí resolveremos dudas y acumularemos nuevas preguntas.


    No sabría decidirme , gabiliante, suelo mostrar siempre algo de tierra,. Da cierta escala, pero a veces la inmensidad no necesita escala.
    No lo había pensado, pero ahora que lo dices es evidente, sería un periodista o un estudioso, cierto, pero pronto formará parte de nuestra comunidad, ya lo verás…

  • Conejo pestilente

    Curiosamente estaba escuchando esto mientras leía: https://www.youtube.com/watch?v=Bm8uIvYwS9I qué rico leer así carajo, qué bonita entrada, transporta mucho, en mi graduación nos pidieron dinero para darnos un cuadro con una placa que tenía el logo de la universidad en no sé qué metal y la foto grupal junto con un anillo con grabado, nos pedían algo así como $530 USD, siendo diseñador gráfico estábamos siempre en banca rota, así que preferimos ahorrar para ir a un viaje en grupo que nos salió a casi la mitad, fue a la playa y nos divertimos como nunca, y sí vimos el atardecer/anochecer y hasta el amanecer tirados en la playa, una experiencia de vida totalmente, hasta la resaca del último día fue memorable.

  • Alfred

    Da la impresión de que tomaba notas a la desesperada, para contarselo prestamente, al enfermo negado del espectáculo.

  • alessandrinimaria

    Una puesta de sol es un regalo natural, que no se si todos llegamos a agradecer verdaderamente, es tan bella, tan especial y única, quien soñando no ha visto muchas puestas de sol diferentes, precioso tu escrito, gracias.
    Abrazo

  • Etienne

    Alguna vez corrí detrás de algo, y aunque no recuerdo de qué, estoy seguro que no era de los ocasos. Lo que sí recuerdo muy claro es al señor del traje y mirada de acero helado; está para recordarnos que es una excepción, que la vida no es lo que queremos sino lo que debe ser. La burocracia lo viste de corbata, no lo puede evitar.
    Con el correr de la vida, la acumulación de obligaciones y el amontonamiento de firmas pendientes, nos olvidamos de los sueños y dejamos de resistirnos. Y la vida vuelve a lo que está escrito.

    Y después están esas fotos que agitan resortes internos, tremendas únicas en su repetición diaria.

  • Toro Salvaje

    Ese hombre trabaja en el equipo de supervisión del universo.
    Son inmortales.
    Hay uno en cada planeta y cada día envían un informe a la superioridad.
    Son difíciles de ver…
    Tuviste suerte.

    Saludos.

  • Beauséant

    Muchas gracias, Conejo pestilente, por tus palabras y por la anecdota que has contado. Hubo una época de mi vida en que acumulaba cosas, objetos físicos, también en los viajes. Los típicos recuerdos sin sentido que compras en su momento y que acaban en la basura al cabo del tiempo… al final es mejor guardar esos momentos, las puestas de sol, los atardeceres en buena compañía… Una placa con un nombre de una universidad, ya me dirás qué sentido tiene guardar eso, elegiste bien, sin duda,

    Muy buena la banda sonora que le has puesto a la entrada..


    Puede ser, Alfred, a veces siento que yo también tomo notas como si me estuviese ahogando, como si todo fuese importante porque tuviese que contarlo… Al final, bueno, nada es importante, ¿verdad?


    En todo su esplender, tonYerik, ni más ni menos, así es.


    Aún me siguen maravillando, alessandrinimaria, incluso cuando voy al trabajo siempre me detengo un poco cuando el sol sale, aunque sea un paisaje feo de edificios y polígonos. Parece que lo llena todo, ¿verdad?


    La vida se nos llena de burocracia, qué gran verdad, Etienne, siempre hay un notario, un abogado, un prestamista con sonrisa de amigo que te invita a la vida adulta. A la corbata y la rueda.. por suerte nos quedan las fotos, los sueños… las palabras.


    Pena no haberme dado cuenta de quién era el personaje, Toro Salvaje, le hubiese pedido la hoja de reclamaciones del universo. Aunque, sospecho, me diría que la culpa es nuestra, que no hemos leído las condiciones del servicio ni el puñetero manual de instrucciones, ¿verdad?

  • Fackel

    Aquel personaje llevaba en sus arrugas los estratos vitales, cronológicos, y haría de arqueólogo de sí mismo, porque en los recorridos largos de la vida uno tiene tiempo de pretender saciar sus anhelos y de registrar lo acontecido, aunque muchos de los protagonistas que a uno le han rodeado hayan desaparecido.

    La libretita del personaje era la segunda parte, la primera había consistido en que había captado y disfrutado veloz e intensamente la puesta de sol, pero ahora que lo pienso ¿no es la contemplación de la belleza la que nos insta a compartirla con otros seres ocultos, anónimos o distantes, si no ya inexistentes? Tal vez ahí los apuntes de la libretita cumplieran su papel.

  • Beauséant

    La vida nos enseña muchas lecciones, FACKEL, el problema es que, muchas veces, nos las enseña cuando es demasiado tarde, cuando ya no podemos hacer nada útil con lo aprendido.

    Así que sí, puede ser lo que dices, el objetivo de esa libreta puede ser compartirlo, intentar mostrar la salida del laberinto para los que llegaron después. Quizás, por fin, la humanidad podrá avanzar sin recorrer, una y otra vez, los mismos senderos que no llevan a ninguna parte.

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